Es ella, esa mujer serena, austera, templada en una posguerra
plagada de dificultades que fue superando a medida que las enfrentaba. Su
diario, las fotos, las cartas, los papeles… me estaban destinados en virtud de
mi profesión. En cierta medida me he convertido en la guardiana de la memoria
de la familia, desaparecidos ambos progenitores.
Leo y releo, hasta donde la nube de lágrimas me permite ver,
el diario de mi madre. Es un Year Book
de 1948, año en que lo empieza con motivo de su matrimonio y continuación de
otro anterior perdido, del que solo copia la cita del día que mi padre apareció
por su oficina para alquilar una bicicleta, recién llegado de Cuba. Había
vuelto a Gijón a despedirse de la familia para ordenarse jesuita. La mujer que
encabeza esta entrada trastocó sus planes por completo.
En el diario registra los acontecimientos de su vida: los nacimientos,
viajes, cambios de domicilio, de trabajo, las muertes de los seres queridos, los
logros y éxitos de su prole. A veces se
muestra feliz, otras esperanzada, muy pocas abatida. Siempre orgullosa de sus
cinco hijos y he de confesarles que no entendí el amor de madre hasta que no
tuve uno…
Mi madre conservó la lucidez hasta el último instante. Para
su desgracia. Padecía una enfermedad circulatoria cuyos dolores no paliaba ni
la morfina y, plenamente consciente, un pensamiento la atormentaba que hoy
quiero compartir con vosotros:
Cuando nuestra Laika
se hizo vieja y empezó a sufrir ni una mínima parte de lo que yo estoy
pasando, la llevamos al veterinario y le pusieron una inyección que la dejó dormida para siempre sin enterarse. ¿Por qué nadie tiene piedad de mí? ¿Dónde está la mía?
La pedías a todos, al médico, a mí... pero esa caridad no aplica a las personas. Con 88 años, tu tiempo se había
acabado y nunca le tuviste miedo a la muerte, la deseabas para terminar con el
inefable dolor que torturaba tus cansados miembros. Habías visto y vivido todo
lo deseado, y la carcasa lacerada en que te habías
convertido te resultaba ajena. Te seguías viendo como la mujer de esta foto y así
quiero recordarte yo, así te conservaré para siempre, mamá.
Todo fue relativamente rápido, aunque el sufrimiento a ella se
le hizo eterno y a mí el dolor de verla así, insoportable. Sólo pido, cuando mi
hora llegue, el derecho a morir como un perro, el derecho a una muerte digna. Tan digna como la vida reflejada en el diario de mi madre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario