viernes, 5 de junio de 2009

Mundohospi, ese no-lugar

Marc Augé es un antropólogo francés nacido en Poitiers en el año 1935, especializado en la disciplina de etnología. Fue él quien acuñó la frase "no-lugar" para referirse a los lugares de transitoriedad que no tienen suficiente importancia para ser considerados como "lugares".
"Si un lugar puede definirse como lugar de identidad, relacional e histórico, un espacio que no puede definirse ni como espacio de identidad ni como relacional ni como histórico, definirá un no- lugar."
En su obra Sobremodernidad. Del mundo de hoy al mundo de mañana, Marc Augé menciona algunos ejemplos de estos no-lugares:

- Los espacios de circulación: autopistas, áreas de servicio, aeropuertos, ascensores...
- Los espacios de consumo: hipermercados, hoteles
- Los espacios de la comunicación: pantallas, cables, ondas inmateriales.

Yo incluiría uno más: los hospitales, esos mundos donde el tiempo se estanca y la muerte y la resurrección cohabitan. Es un no-lugar donde la ansiedad y el temor se palian con palabras imposibles y la esperanza se alimenta con no-respuestas a preguntas no-formuladas. Dentro de él, las referencias vitales a las que estamos acostumbrados dejan de existir; nuestros deseos, nuestra voluntad, se anulan a merced de decisiones ajenas, de otros ritmos, horarios, jerarquías, calendarios... y la identidad se reduce a un código de barras.

2 comentarios:

DANTE dijo...

Yo no lo definiría como no lugar, sino como el lugar donde habitan las pesadillas, los miedos ancestrales, la impotencia, la indefensión, la sublimación del terror a través del chamán que, con su bata blanca (o verde, aún peor, si es cirujano) tiene en sus manos la vida y la muerte, como los dioses, como las Parcas. Allí Láquesis no actúa, solo Cloto, q cuando nacemos teje el hilo y Átropo, que lo corta.

Anónimo dijo...

Bibi, vive y deja vivir!!!
Ole, ole y ole por la mujer que no te interrumpió tu vida voluntariamente durante su embarazo!!!
Viva la madre que te concibió!!!
Subhumano
En 1930, Alfred Rosenberg en Der Mythus des 20. Jahrhunderts utilizar el término Untermensh (subhumano) para referirse a aquellos que, supuestamente, se hallaban por debajo de lo humano. El término hizo fortuna y en 1933, una publicación de la SS titulada precisamente El subhumano cargó contra los judíos indicando que pertenecían a esa categoría. En 1942, la Oficina principal de la raza del III Reich distribuyó un panfleto titulado Der Untermensch (El subhumano).

El texto tuvo una tirada de 3.860.995 ejemplares en alemán y además se tradujo a otras catorce lenguas europeas más. En la obra se señalaba que “el subhumano, que biológicamente aparenta ser una creación de la naturaleza similar con manos, pies y una especie de cerebro, con ojos y una boca, es, sin embargo, una criatura completamente diferente”. A esas alturas, el método nacional-socialista resultaba obvio. Para emprender con éxito la gigantesca tarea de exterminar a millones de seres humanos, antes había que desproveerlos de su condición de tales. Apelando a la ciencia – una ciencia risible, dicho sea de paso, judíos, enfermos mentales, personas con dolencias irreversibles fueron clasificados como algo vivo, pero no humano. Una vez colocados en ese grupo, la tarea del exterminio masivo podía llevarse a cabo con total tranquilidad. Y, efectivamente, así fue. Comento todo esto no por el gusto de desplegar ante el lector algunos datos poco conocidos de la Historia del nacional-socialismo alemán, sino para indicar que estaba prácticamente convencido de que el concepto de subhumano había quedado confinado a las páginas más siniestras de la Historia hasta que esta semana tuve ocasión de escuchar a la ministra Aído afirmando que un feto era un ser vivo, pero no un ser humano como había dejado de manifiesto la ciencia. Si en vez de escuchar semejante dislate con acento andaluz lo hubiera oído en alemán, les doy mi palabra de honor de que hubiera puesto mi mano en el fuego porque acababa de pronunciarlas un convencido miembro del partido nacional-socialista obrero alemán (NSDAP). Si la ignorancia es una eximente – y resulta más que dudoso – quizá la ministra sea inocente, pero esa circunstancia no se puede aplicar a Ángel Gabilondo, el ministro de educación. Cualquier persona decente habría respondido que las palabras de la ministra son, como mínimo, una majadería. Pero, interrogado sobre ellas, el señor Gabilondo prefirió escudarse en la frivolidad para no descalificar a su más que objetable compañera de gabinete. Para ser sinceros, no sé cuál de las conductas me parece peor, si la de una ignorante que priva a seres inocentes de su carácter humano para legitimar que se los extermine en masa sin el menor escrúpulo de conciencia o la del profesor universitario que, encaramado a una poltrona ministerial, se inhibe con una gracieta de denunciar semejante barbaridad. En el III Reich, hubo idealistas, no pocas veces semianalfabetos, dispuestos a ejecutar cualquier orden que procediera de su Führer como una señal de progreso, pero tampoco faltaron sujetos con más instrucción, ascendidos a cátedras o ministerios, que se limitaron a mirar hacia otro lado al ver cómo se expulsaba a los judíos de sus trabajos y se preparaba a la población para el baño de sangre. Se puede discutir quién tuvo más culpa del genocidio, pero sus bases quedaron asentadas cuando alguien afirmó que algunos seres humanos eran subhumanos.