lunes, 19 de septiembre de 2011

Aquellas pequeñas cosas



Cambio de trabajo ligera de equipaje, cargada de ilusión, me encantan los retos (y si no los hay ya me crearé alguno). He mudado la piel y desprendido las escamas y, aprovechando el impulso, no solo he vaciado los armarios y estanterías del despacho, también los de casa, cuando coges carrerilla no paras. Acabo de reciclar media vida, un contenedor lleno (guardar y tirar ye solo empezar...) ¿Cómo se puede acumular tanto papel? ¿Algún día echaré de menos lo que no he tocado en veinte, treinta años? En realidad, lo único que me ha dolido desprenderme de ello, son los borradores de las novelas (y confieso que he guardado alguno) 

No hay renovación sin nostalgia, mudanza sin pérdida, cambio sin ilusión.  Quisiera ser Pepe Carvalho y quemar en la chimenea que no tengo los libros muertos, las lecturas que no dejaron huella, los tochos infumables y los apuntes, trabajos, proyectos, que fueron importantes y hoy solo son recuerdos.

Conservo cajas de fotos en papel, de diapositivas, de negativos anteriores al soporte digital (que ocupa espacio virtual, no físico, es una alegría) y me pregunto si algún día tendré tiempo para verlas, para revivir los viajes, desempolvar las estancias, recuperar tantas amistades...

Hay objetos inútiles que me acompañan desde la infancia, otros han sido expurgados sin compasión y algunos se amontonan, te asaltan, te sorprenden.  ¿Qué nos une o separa a una figura, a una caja, a un libro? ¿Por qué algunos se resisten a desaparecer, sobreviven una y otra vez al exterminio? ¿Cuál es su valor, tanto que no tiene precio?  Son aquellas pequeñas cosas... 

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