Mi capacidad de asombro crece cada día ante el conformismo/resignación social ante dos temas, especialmente flagrantes cuando aparecen unidos: corrupción y política. No me sorprende la vulnerabilidad del ser humano ante la ambición, ni el afán de poder desmesurado; ambos se manifiestan con creces alrededor. Pero me duelen la hipocresía y el cinismo con que ambos se justifican, se esconden, se disimulan; con el que sus artífices engañan. Y que este cóctel fétido embriague por igual a instituciones y política. El cinismo con el que se enmascara la deplorable catadura moral, la baja estofa de aquellos que ocupan los sillones elegidos, seguramente incapaces de sobrevivir por sus propios medios en esa selva que alimentan.
Y me aterroriza que este sea el modelo a imitar, el que las masas votan, el que impera, como si todos quisieran ser chorizos, prepotentes, chulos, macarras. Y el que más, triunfa. Todos tenemos un nombre, dos -ciento en la cabeza-, de reyes, cada uno de su miseria. Pues miserables son aquellos que enmascaran la realidad en su propio beneficio, aquellos que se creen ungidos por el dios en que se convierten a sí mismos. Y como el viejo cuento del traje del emperador, consiguen hacernos creer que van vestidos y el traje lo pagaron ellos. Los poseedores de la verdad. Y la verdad es blanca, y la maldad siniestra. Aquí, en Italia, la Justicia no es ciega, guiña el ojo. Por poner un ejemplo, entre milenta.
La Revolución francesa, germen de la Edad Contemporánea terminó con el poder absoluto de las castas privilegiadas. Es triste que la rebelión en la granja conduzca al absolutismo de los cerdos. Quizá sólo seamos el animal que llevamos dentro.
Y me aterroriza que este sea el modelo a imitar, el que las masas votan, el que impera, como si todos quisieran ser chorizos, prepotentes, chulos, macarras. Y el que más, triunfa. Todos tenemos un nombre, dos -ciento en la cabeza-, de reyes, cada uno de su miseria. Pues miserables son aquellos que enmascaran la realidad en su propio beneficio, aquellos que se creen ungidos por el dios en que se convierten a sí mismos. Y como el viejo cuento del traje del emperador, consiguen hacernos creer que van vestidos y el traje lo pagaron ellos. Los poseedores de la verdad. Y la verdad es blanca, y la maldad siniestra. Aquí, en Italia, la Justicia no es ciega, guiña el ojo. Por poner un ejemplo, entre milenta.
La Revolución francesa, germen de la Edad Contemporánea terminó con el poder absoluto de las castas privilegiadas. Es triste que la rebelión en la granja conduzca al absolutismo de los cerdos. Quizá sólo seamos el animal que llevamos dentro.
2 comentarios:
Todos deberíamos pasar la prueba de fuego, al menos una vez en la vida:
Que nos pongan donde hay para ver si cogemos o no.
Un saludo
Cuando era todavía un adolescente en los alobres de la madurez, leí "Rebelión en la granja". Inocente yo dije "va de unos cerdos que toman el poder". Los más mayores de mis amigos estallaron a risotadas respondiendo: "hace años que lo han hecho..."
Va por barrios eso de los cerdos. En el sur el porcentaje de aprovechamiento y picaresca es altísimo. En el norte, aunque tambien existe, tiene menor incidencia.
Debemos tener esperanza y romper el dicho de "El Gatopardo", "que todo cambie para que todo sigua igual" que es lo que parece que ha pasado aquí.
Manel
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