viernes, 15 de enero de 2010

Matar el tiempo

Los informativos aburren, me recuerdan cada vez más al calendario de mi abuela que con un año de antelación preveía el tiempo: el famoso Zaragozano, frío en invierno, calor en verano. Sospecho que las imágenes son las mismas congeladas de años anteriores, de toda la vida. Menos mal que en las entrevistas siempre sale alguien sensato: “En invierno siempre hace frío, lo normal aquí es que nieve”. Luego vendrán las riadas e inundaciones producto del deshielo, marzo ventoso, el calor del verano –sofocante, oiga, los termómetros a 40º, pedimos a Documentación algún plano de la pasada temporada y libramos-. Y como cada vez más nos guiamos por lo que dice la tele, las conversaciones se propagan como una bola de nieve y hablamos des tiempo, no se habla de otra cosa, como si la vida fuera un ascensor, el mismo tránsito breve e incómodo, primero, segundo, tercero, cuarto, primavera, verano, otoño, invierno.

Tal vez sea un miedo atávico, la oscura y profunda sospecha de que, en realidad, estamos a su merced, el tiempo mata, la naturaleza tiene capacidad para borrarnos de un plumazo, el clima es azaroso, mutante, destructivo y regenerador a la par; ajeno a pronósticos y deseos. Pangea se deshizo en capas superpuestas y basta un leve movimiento, una fricción entre ellas, para que estas moscas cojoneras, estas neuronas descontroladas, estas bacterias dañinas que habitamos sobre su faz acnéica, desaparezcamos. Cada poco nos lo recuerda. Y que no nos caiga un meteorito…

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